En mi última visita al templo del cerro del Santuario, en Jalpa, me encontré con una sorpresa: un pequeño vigía encaramado en la parte alta del muro poniente del monumento. Impasible y atento a la lejanía, no obstante la aparente rigidez de su figura, con sutiles movimientos al contacto con el viento, nos recuerda que está vivo. Conociendo a sus mayores, sus escasas proporciones indican que se trata casi de un bebé, que ha escogido un privilegiado y estratégico lugar para vigilar el entorno de la casa de la Sra. del Tepeyac.
Como todos los de su especie, se aferra con sus plásticas raices, cual rapaz, aprovechando los pequeños huecos de las piedras, desafiando la gravedad, la altura y sus mareos.
¿Cuánto tiempo permanerá ahí en su puesto? ¿Cuánto tardará la orden humana o más bien inhumana de retirarlo? Solo Dios lo sabe, porque al diminuto Salate nada le distrae en su vigilante labor...